Cuando Atenas derrotó a los persas en Salamina, un coro de efebos bailó en las celebraciones. El joven Sófocles lo presidió. Hijo de una familia adinerada, tuvo una formación exquisita y vivió a plenitud el mejor período de la democracia ateniense. Fue amigo y colaborador de Pericles en el gobierno de la pólis, lo que le permitió tener experiencias directas sobre el desempeño del poder. Cuando Pericles murió fue testigo de las luchas por el poder de sectores conservadores. Al final de su vida formó parte de un consejo democrático de notables asesores del gobierno.

Por eso, el desempeño desmesurado –hýbris- del poder y las infidelidades religiosas son una idea rectora en sus tragedias, como advertencia en beneficio de la preservación de los valores fundacionales de la pólis. La sentencia final de Edipo tirano resume su pensamiento: “Nadie a un mortal considere feliz antes de saber qué ocurre el último día de su vida”.

¿Por qué? Porque la desmesura, la intemperancia y la soberbia eran los principales yerros que cometían en el ejercicio del poder quienes se consideraban autosuficientes. Cuando el todopoderoso Ayante se prepara para ir a Troya rechaza los consejos de su padre de encomendarse a Atenea, razón por la cual la diosa lo enloquece para probarle su poder. Creonte ejerce el poder pleno en Antígona y no acata las leyes eternas no escritas dictadas por los dioses. Edipo el ilustre, señor de la tierra, libertador de Tebas, no acepta lo dicho por Tiresias y lo acusa de querer darle un golpe de Estado. Tarde percibe que él es la causa de la peste que arrasa a la pólis, se saca los ojos y comienza una vida de limosnero. Anciano y extranjero en las puertas del bosque de las Euménides en Atenas, debe cumplir ritos religiosos de purificación antes de ingresar. Personajes inmensos por su desmesura dan forma a una atractiva estirpe de héroes inimitables en la historia del teatro.

 

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