“…establezcamos la causa por la cual quien lo construyó,
construyó el Devenir y el universo…-la razón es que- era
bueno, y quien es bueno nunca puede sentir envidia de nada.
Al carecer de envidia, pues, deseaba que todo fuera tan
parecido a él como fuese posible”
Platón, Timeo 29, 30

 

Las más recientes fotografías enviadas por el fabuloso telescopio James Webb muestran a los atónitos astrónomos un espacio pletórico de galaxias. El cúmulo de Pandora aparece en todo su esplendor, con sus 4 millones de años luz de diámetro, repletos de billones de estrellas. Cuanto más nos adentramos en el espacioso universo más constatamos su asombrosa exuberancia y complejidad.

Las teorías científicas actuales conciben al universo fluyendo en un proceso indeterminado hacia una constitución cada vez más compleja, tanto en lo microscópico como en lo macroscópico. Pero, no confundamos complejidad con completitud, ni con desorden. Para la ciencia, nuestro cosmos es una red compleja de superestructuras ordenadas e interrelacionadas y, a la vez, una red incompleta. El universo deviene evolucionando hacia la creación de sistemas de complejidad creciente, lo que supone la progresión y la emergencia de nuevas y pluriformes estructuras. Nadie ha podido dilucidar hasta el momento por qué esto es así, por qué la naturaleza avanza hacia lo más intrincado en vez de simplificarse paulatinamente. Nadie puede responder a la antigua pregunta leibniziana: “¿por qué hay algo más bien que nada? Pues la nada es más simple y fácil que el algo” De hecho, Umberto Eco contesta: “Porque sí”. Pero, ni los antiguos griegos, ni los medievales tenían esta inquietud. Para ellos, la nada no es. La nada absoluta es absoluto no-ser. Y cuando encontramos rastros de no-ser en el mundo es porque aprendimos con Platón que el no-ser puede ser relativo, puede ser “privación” entre la potencia de ser y el acto de ser.

En suma, ¿podemos decir, desde nuestro actual conocimiento, que nuestro universo es un plenum formarum, una plenitud de formas, en el sentido de totalidad completa de todas las formas reales y posibles? Obviamente no. Ahora bien, ésta no es la única manera de concebir al cosmos, quién sabe si los antiguos griegos tenían algunas luces que nos hemos empeñado en apagar por reduccionistas.

Tomemos en cuenta que la plenitud puede ser pensada de varias maneras: como totalidad completa, como aspiración temporalmente progresiva de completitud, o como principio que origina la totalidad de lo que hay. En el primer sentido encontramos al cosmos platónico. En el Timeo, Platón nos dice que: “El origen de este mundo se debe, en efecto, a la acción doble de la necesidad y de la inteligencia. Superior a la necesidad, la inteligencia la convenció de que debía dirigir al bien la mayor parte de las cosas creadas, y por haberse dejado persuadir la necesidad por los consejos de la sabiduría, se formó en el principio el universo”  Y concluye el libro diciendo que éste es un “mundo único y de una sola naturaleza, que es muy grande, muy bueno, muy bello y absolutamente perfecto” (p. 264)

“Por necesidad se produce un mundo afinalista, sin ningún plan. La inteligencia ordena y otorga fines a las relaciones y acciones entre seres. Este mundo fue causado por una mezcla de necesidad e inteligencia. La necesidad opera a través de la materia y el orden inteligente lo proporciona el demiurgo. Esto puede parecer contradictorio. Estamos acostumbrados a asociar necesidad y orden. Pero lo que Platón quiere decir podemos ilustrarlo pensando en lo que ocurre con los átomos que se unen en una molécula, no lo hacen por un fin determinado, sino por causa de una necesidad físico-química. Si junto a este tipo de necesidad ciega no hubiera inteligencia, la necesidad sola no conduciría al universo hacia ningún fin, ni siquiera hacia su propia subsistencia. En el universo, todas las cosas están ordenadas a fines, proporcionadas y racionalmente estructuradas formando un todo orgánico e inteligente. Al menos eso piensa Platón”.

Es decir que el universo platónico es un complejo estructural pleno de todas las formas actuales y posibles agrupadas en dos reinos entretejidos por una red dialéctica: el reino de los Eidoses que son plenamente ser, que no inician en la existencia porque son desde siempre y hasta siempre, sin posibilidad de cambio, y el mundo en devenir que adviene al ser y perece. Entre ambos mundos se encuentra el Artífice o Demiurgo ordenador que es la causa inteligente del advenimiento de lo sensible.

En fin, Platón nos muestra un modelo de universo donde paradójicamente (aunque siglos después reafirmado por diferentes filósofos, desde Avicena hasta A.N. Whitehead) todas las formas posibles existen desde siempre en estado de total actualidad, esperando impasibles que toda esa plenitud que representan sea participada en la infinitud del tiempo por los seres compuestos cuya naturaleza contingente consiste en su propio devenir.

 

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