Hécate, la luna menguante, era la diosa de los tránsitos a nuevas etapas y también de las fronteras. Se le representa como un ser con tres rostros que ven hacia lugares distintos. Su figura va acompañada de antorchas, llaves y una imagen de la luna sobre la cabeza o bajo los pies. Se cuenta, además, que después de la guerra de Troya, la reina Hécuba fue convertida en una perra negra y que, desde entonces, se encargó de acompañar a Hécate en su camino. Así que no es extraño ver a esta diosa junto a una perra o, incluso, junto a una jauría. Asimismo, se le solía vincular con otros animales como las lobas o las yeguas. 

En su recorrido por las artes plásticas, sus poderes y su imagen se fueron modificando. Inicialmente, el reconocimiento de Hécate se debió a que participó había participado en la gigantomaquia, aquella lucha que llevaron a cabo los gigantes intentando apoderarse del Olimpo. En medio de la batalla, Hécate rodeó al gigante Clitio con fuego de sus antorchas y este acabó calcinado. El enfrentamiento se encuentra representado en el Altar de Pérgamo y es quizás una de las pocas imágenes en la que esta diosa, bruja y protectora, no utiliza el fuego para iluminar y guiar, sino para defender a las divinidades.

En la Teogonía de Hesíodo, escrita en el siglo VIII aec, se dice que Hécate era hija del titán Perses y de la ninfa Asteria, quien representaba a la noche estrellada. También se señala en este texto que ella podía ayudar a todos los guerreros en sus viajes, aunque solía apoyar más a los jinetes. Sus facultades se debían, principalmente, a que ella gobernaba sobre el cielo estrellado, la tierra y el mar. También a que podía traspasar fronteras de tiempo y de espacio.  

Años después, en el siglo I aec, Diodoro Sículo la presentaba como una rebelde que despreciaba las leyes y sabía manejar venenos. Era, además, según esta versión, la madre de Medea de Estes y de la maga Circe. Marco Agudo, por su parte, recoge una referencia que hace Licofrón, en su famosa obra Alejandra. Ahí se dice que Hécate es una virgen trimorfa que puede convertir en perros a quienes no la honren con desfiles de antorchas ni le ofrezcan sacrificios, tenía pues la capacidad de hechizar a los seres humanos y de provocar su metamorfosis. 

En las Argonáuticas, del siglo III aec, Apolonio de Rodas le atribuye la habilidad de entrenar a otras mujeres, quienes a su vez adquirían un poder incalculable. Esta obra, que narra las peripecias de los tripulantes de la nave Argo, Medea es una sacerdotisa de Hécate, especializada en pócimas que pone al servicio de Jasón. En un momento determinado, dice Argos que existe: 

“una joven, a quien la diosa Hécate ha enseñado especialmente a preparar cuantas pócimas produce la tierra y la abundante agua. Con ellas incluso aplaca el aliento de infatigable fuego y detiene, al momento, los ríos de rumorosas corrientes, y encadena los astros y los sangrados cursos de la luna”.

En otras palabras, si bien en principio, Hécate fue vista solo como una deidad benefactora, pronto se le comenzó a mostrar también su lado oscuro. Este arquetipo de bruja mantuvo su capacidad de detener el avance del mal o de iluminar caminos, pero también se le dio el poder de regresar al mundo de los vivos a personas que habían muerto injustamente para que llevaran a cabo su venganza. Los poderes que se le atribuían cambiaron con los años, pero nunca dejó de ser una deidad poderosa que atravesaba cualquier tipo de fronteras.